domingo, 30 de marzo de 2014

La eterna lucha de no mirar al sol cada día.

Tengo ojos color ruina,
color duna, color desierto.
Se apagan sobre montañas de ojeras,
montones de noches,
montículos de café, como mis ojos.

No son ojos color adiós,
pero tampoco hola.
No saben dar los buenos días,
y solo de vez en cuando las buenas noches.
Tampoco lloran, no saben despedirse.

Son ojos huella mojada en la arena
de la playa del pensamiento.
Avellana y almendra,
castaños que parpadean en cada caída de hojas.
Otoño.

Son ojos para mirar,
para no ser vistos tristes
-aunque lo estén-
para ocultar el rojo bajo el marrón,
la pena tras las pestañas.

Ojos de cara inquieta,
de cara niña.
Aburridos ojos tempranos
de no querer despertar cada mañana.

Tengo ojos color chocolate negro,
color cielo nocturno y nublado.
Son como la madera del ataúd
de mi futuro sin sueños,
de las luchas de mi presente
de mi pasado sin risas.


Ojos color acogida, color mentira.
Ojos color brasa ardiente.